Poder y violencia

Don Juan: su único deseo es seguir deseando

Don Juan: su único deseo es seguir deseando

Quizás puedan darse respuestas desde diversos ángulos al problema de la violencia. Creo que la explicación más profunda de la génesis de la violencia se encuentra en la instancia metafísica. Aquella comienza cuando el hombre no reconoce su condición de finitud, de ser creado. Este desborde ontológico lo conduce a un desborde ético.

Fue Karl Marx quien planteó, a partir de su filosofía, la necesidad del hombre de desligarse de las “ataduras” de su Creador: «Un ser no se considera independiente si no es dueño de sí mismo y sólo es dueño de sí mismo cuando su existencia se debe a sí mismo. Un hombre que vive en favor de otro se considera un ser dependiente. Pero vivo totalmente del favor de otra persona cuando le debo no sólo la conservación de mi vida sino también su creación; cuando esa persona es su fuente (…) Pero como, para el hombre socialista, el total de lo que se llama historia del mundo no es más que la creación del hombre por el trabajo humano y el surgimiento de la naturaleza para el hombre, éste tiene, pues, la prueba evidente e irrefutable de su autocreación, de sus propios orígenes (…) El comunismo es la fase de la negación (se está refiriendo al ateísmo) y, en consecuencia, para la siguiente etapa del desarrollo histórico, un factor real y necesario en la emancipación y rehabilitación del hombre»[1].

Ahora bien, la negación de esta relación constitutiva del ser del hombre para con Dios tiene, como consecuencia, la reducción de su ser a la esfera de la ciudad, a los estrechos límites de la polis. Este hombre, reducido a la mera dimensión del ciudadano, ya no reflejará su dignidad constitutiva: el ser imagen de Dios. Perdida la dimensión ética (en tanto ya no existe una dimensión metafísica que, trascendiendo la dimensión de la ciudad, sea la medida de los actos humanos), todo se transforma y entiende en clave política.

¿En función de qué principios podrá ser juzgada la esfera de la política? Ciertamente que a partir de ningún principio ya que, fuera de la política, no existe ni la instancia metafísico-religiosa ni la ética. La política es absolutamente autoreferente y, en cuanto tal, fija su lógica interna que tiene que ver, fundamentalmente, con la conquista y el mantenimiento del poder político. Toda acción está justificada si conduce al éxito, y resulta exitosa de acuerdo a la cantidad de poder que haya sido capaz de atesorar.

En esta dimensión constreñida de la vida humana, sin embargo, el hombre busca jugar a ser Dios, busca experimentar el sentimiento divino. ¿Cómo? Persiguiendo y acumulando el poder por el poder mismo. No se busca el poder para hacer algo: el fin de la acción de querer es el querer mismo. El político se asemeja al personaje de Don Juan que no desea una mujer sino que su único deseo es seguir deseando, ininterrumpidamente. Tanto el querer sin otro objeto que el querer mismo, propio del político actual, comoel deseo de seguir deseando sine die de Don Juan conducen a ambos a experimentar un sentimiento sin límites, infinito, que no reconoce barrera alguna. La vivencia de un poder sin límites revela, en su origen, un no reconocimiento del límite del propio ser.

Esta conducta anética, desenfrenada, se vuelve violentamente sobre todo lo que es. Y el primero que la padece es el propio hombre. Esta violencia inicial, que se ejerce contra el propio ser y que genera una desmesura desenfrenada, se traduce a posteriori en una violencia para con el semejante. Esta violencia busca reducir a la persona humana: se ve al otro no como lo que él es, sino a partir de aquello que yo decido que sea. Y, claro está, que ese tránsito del ser al deber ser que le he fijado se ejerce mediante la coerción, a través de la violencia. Esto sucede en todo proceso revolucionario: a los inadvertidos es preciso llevarlos a un nuevo estado fijado por una elite iluminada; a los irredentos, en cambio, será preciso aniquilarlos, tal como lo refería, entre otros, Ernesto “Che” Guevara.

El escrache se inserta en esta dinámica de la violencia ejercida contra los que se consideran irredentos. La consigna del escrache es clara: “matemos al enemigo”. Dado que no es posible eliminarlo físicamente en una sociedad “democrática”, por lo menos lo borremos civilmente. Esta conducta violenta, ajena a toda justicia, no busca que el que es escrachado modifique su conducta. Muchas veces, se emplea como modo de silenciar a todos aquellos que, ajenos a la ideología revolucionaria, pretenden sustentar la sociedad política sobre otras bases.

Lamentablemente, la cobardía de muchos dirigentes de nuestra sociedad ha permitido avanzar a esta ideología totalitaria. Ciertamente que la metodología del escrache está muy lejos de la de Sócrates. Este último, nos decía en el Gorgias, esperaba que a través del castigo el hombre tuviera la posibilidad de hacerse mejor. Para esta mentalidad totalitaria, los mejores son sólo los revolucionarios; a todos aquellos que no se han plegado a este ideal les cabe el exilio de la ciudad. No tienen derecho alguno por cuanto son, simplemente enemigos (Bonafini dixit!), y a los enemigos, hay que buscar destruirlos por todos los medios.

*

Notas

[1] Carlos Marx, Manuscritos económico–filosóficos. En Marx y su concepto de hombre por Erich Fromm. México, Fondo de Cultura Económica, 1970, 3ª reimpresión, III, 6, pp. 146 y 148.

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Clasificado en:Filosofía, Política, Reflexiones

1 Respuesta »

  1. Según algunos, la categoria “hermeneútica” necesaria y suficiente para “explicar” la historia de los últimos siglos es la de AUTONOMÍA. el hombre desde el periodo de la ilustración, y ya en germen desde el renacimiento y la reforma, ha buscado ante todo SER LIBRE, ser INDEPENDIENTE, ser “causa sui”, o como dice Maritain en “Antimodeno”, ha buscado la “aseidad”. En este esfuerzo antinatural por romper todo lazo que pudiera limitar la expansión de su “libertad” sólo ha conseguido “cambiar de señor”. Cuando faltan las instancias metáfisicas verdaderas, es inevitable que la escena sea invadida por instancias Pseudometafísicas, como la política, señalada en su artículo. Nos desvinculamos de Dios y nos dominan las ideologías, que según parece no son más que la antigua mitología.

    “Veritas liberabit vos”. Algún día alguien debería escribir un ensayo sobre la gran verdad encerrada en esa frase evangélica.

    Laus Deo virginique matri ¡

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