Jenofonte, en su obra Hierón dedicada a la tiranía, nos presenta el diálogo mantenido entre el tirano Hierón y el poeta Simónides. Este último interroga a Hierón acerca de la experiencia que un tirano tiene respecto de su condición comparándola con la de un simple particular.
En un momento del diálogo, Hierón le expresa a Simónides: “Te diré todavía, Simónides, otra dura prueba por la que pasan los tiranos. Ellos conocen, igual de bien que los particulares, a los valerosos, sabios y justos. Pero en vez de admirarlos, los temen: a los valientes, por si osaran hacer algo en nombre de la libertad; a los sabios, por si tramaran algo; a los justos, por si la multitud deseara ser regida por ellos. Si, llevados por el miedo, apartaran a éstos, ¿qué otros les quedarían para utilizarlos, más que los injustos y los incontinentes y los que tienen alma de esclavo? (…) Además, es necesario que el tirano sea amante de la ciudad, pues sin ella no sería capaz de subsistir ni ser feliz. Pero la tiranía obliga a causar molestias incluso a la propia patria (…) Pues los tiranos creen que cuanto más necesitados estén los hombres, más se someterán a ser utilizados” (5, 1-4).
Todo tirano, nos refiere el mismo Hierón, en virtud de su condición se ve obligado a causar molestias a su propia patria, de lo cual se deduce que jamás una patria será feliz y próspera si está en manos de un tirano. Si nos adentrásemos lo más profundamente posible en el interior de un tirano con el fin de determinar qué es aquello que ha provocado su desgraciada configuración, advertiríamos que en el origen de su gestación existe un acto de rechazo a su condición de hombre. Este acto consiste en rechazar su radical finitud; en consecuencia, su comportamiento se desarrolla fuera de toda moderación, la cual encierra dos sentidos: uno negativo, el de “poner freno”, y otro positivo, el de “respetar” o “tratar con miramiento” una cosa. El tirano, careciendo de toda moderación, rechaza todo aquello que equivalga a fijar un límite y, en consecuencia, atropella a todo aquel que se le oponga sin respetar nada. Quiere ser y actuar sin límites de ningún tipo; de allí que, como señala el mismo Jenofonte, toda tiranía sea un gobierno sin leyes, y, en consecuencia, sin respeto a la libertad de las personas.
Nos parece que una de las explicaciones de la actual situación que vive la Argentina tiene que ver con la presencia de un Hierón en el poder. Y si nuestra lectura es correcta, sería menester ir un poco más allá de esta triste constatación y preguntarnos qué reside en el alma del argentino para llegar a promover tiranos. ¿Será, acaso, que en el alma de cada argentino no anidan virtudes humanas fundamentales como es, entre otras, aquella fundamental de la moderación? Y siguiendo la línea argumental expresada en estas líneas, será necesario pensar si el alma de cada argentino no estará dominada por aquel delirio, transmitido por Dionisos, de querer ser como dioses, no reconociendo límite de ningún tipo, comenzando con el que nos marca nuestro propio ser.
De allí que el problema de la Argentina no sea de naturaleza estrictamente económica o política sino metafísica y, por derivación, moral ya que existe en el origen una sobrevaloración de nuestro ser, la cual es producto de un vicio denominado soberbia. Este “no reconocimiento” inicial de nuestro verdadero ser nos conduce a todo tipo de inmoderación que provoca, ciertamente, recurrentes crisis.
Quizás debamos tener más en cuenta la palabra de los sabios y de los prudentes. El venerable Platón ya advertía en su diálogo mal llamado República, que una polis no es más que el alma ensanchada de cada alma individual. “Dime qué alma tienes y te diré qué ciudad tendrás”. Nos será preciso, entonces, atender a aquellas palabras que Sócrates dirigía a los ciudadanos atenienses cuando les expresaba: “Hombre de Atenas, la ciudad de más importancia y renombre en lo que atañe a sabiduría y poder, ¿no te avergüenzas de afanarte por aumentar tus riquezas todo lo posible, así como tu fama y honores, y, en cambio, no cuidarte ni inquietarte por la sabiduría y la verdad, y porque tu alma sea lo mejor posible?” (Platón, Apología de Sócrates, 29e). Los argentinos tenemos que recuperar algo que se llama virtud; pero, para que ello ocurra, será preciso valorarla, dándonos cuenta que sólo ella hace grande a los hombres y a las naciones. Para ello será preciso que existan algunos Sócrates que, yendo de acá para allá, traten de convencer tanto a los jóvenes como a los viejos, que no deben cuidar, ante todo ni con tanta intensidad, de sus cuerpos ni de su fortuna sino, más bien, de la perfección de sus almas, ya que la fortuna y todo lo demás nacen, precisamente, de la virtud.
Excelente su artículo Doctor, cuanta verdad.
Muy buen articulo¡ Muchas gracias Maestro, por este blog¡ Dios y su Santa Madre lo bendigan.
Estimado Fray Daniel: muchas gracias por sus palabras las que me alientan para seguir trabajando en lo que emprendiera a fines del pasado año. Un cordial saludo