Yendo por izquierda, doble a la derecha

Yendo por izquierda, doble a la derecha

Cuando designamos a alguien como «de derecha» o «de izquierda», ¿qué estamos queriendo significar? Si aceptáramos esta clasificación debido al uso –y abuso– que se hace de la misma, ¿a qué denominamos derecha y a qué izquierda?

Las palabras pueden resultar equívocas; de allí la necesidad de darles cierta univocidad. La derecha sería aquella posición que privilegia la tradición sobre la idea de revolución, la idea de un orden de valores eternos frente al devenir constante de lo real. Sin embargo, en esta caracterización entrarían aquellos hombres, también denominados de «derecha», los cuales niegan un orden eterno de las cosas, afirmando, en su lugar, el primado de la acción y, en consecuencia, una concepción puramente instrumental del conocimiento. Careciendo el hombre del conocimiento de un orden eterno de las cosas –nos dice esta derecha–, toda organización política depende, exclusivamente, de la pura fuerza. Como podemos advertir, dentro de los hombres denominados de derecha, debe establecerse una esencial distinción. La diferencia es esencial: para unos, la primacía radica en la teoría, es decir, en aquella aprehensión de la inteligencia del orden eterno de las cosas. Para los otros, la primacía la tiene la acción, ya que no existe ningún orden eterno de las cosas, y toda configuración, por lo tanto, sea política, económica, social, etc., depende exclusivamente del querer arbitrario del hombre.

La izquierda, por su parte, sería aquella posición que reniega absolutamente de un orden eterno de las cosas, de valores perennes y, en consecuencia, afirma el primado de la acción (ver Tesis XI de Marx sobre Feuerbach). El lector de este artículo se preguntará de inmediato: pero esta caracterización, ¿no es la misma, acaso, que corresponde a una acepción del vocablo «derecha»? La respuesta no puede ser sino afirmativa ya que ambos hombres, esto es, los de la denominada izquierda como los de la derecha, de acuerdo a la segunda acepción de la misma, han tomado una posición filosófica (crítica o acríticamente asumida) frente al problema del ser, al problema metafísico por excelencia.

Giovanni Gentile señala que existen dos modos de concebir lo real: como existiendo en sí, independientemente de la inteligencia humana, o como realidad inherente al intelecto, es decir, como producto de este último[1]. La tipificación que hiciéramos del segundo “tipo” de hombre de derecha coincide con el izquierda, más precisamente en el punto de partida que configurará, a la postre, el pensar de los distintos aspectos en que se mueve la existencia humana.

Ahora bien, dentro de este género, dentro del cual se sitúan el segundo “tipo” de hombre de derecha y el hombre de izquierda, ¿existe alguna diferencia específica?

Consideramos que existe tal diferencia. La misma surge de la actitud que cada hombre muestra frente a su negación inicial del ser. Para el hombre de derecha, la negación del ser, es algo definitivamente adquirido y a lo que cual no vale la pena volver más. El mundo real está diseñado en base a una única trama, cual es el poder; la vida, en consecuencia, debe ordenarse a la toma y mantenimiento del mismo. De allí que alguno de estos hombres pueda aparecer como travestido, engañoso, de doble faz. En realidad, para él existe un sólo objetivo que es el poder. Para conquistarlo y mantenerlo habrá que hacer gala de una gran cintura política y utilizar todo aquello que sirva para el gran propósito. De allí que sus configuraciones varíen según las circunstancias: de religioso a ateo furioso, de defensor de los valores de Occidente a transgresor desenfrenado.

En el hombre de izquierda, el problema de la toma de posición frente al ser, frente a lo real, está siempre presente en su vida y en su acción. Y esa presencia tiene un nombre: revolución. Refiere Maritain: «El puro hombre de izquierda detesta el ser, prefiriendo siempre, y por hipótesis, según la palabra de Jean–Jacques, lo que no es a lo que es»[2]. Así, pues, la esencia más profunda del pensamiento de izquierda revolucionario radica en el odio por lo real en nombre de aquello que no es. Diríamos: no la indiferencia, como lo sería en el caso del hombre de derecha, sino el odio, es decir, esa pasión que concentra en ella todo el ser de quien la sufre. Como muy bien lo expresa Del Noce, el «principio del pensamiento revolucionario es… la aceptación del continuo morir de las cosas, como continua negación de su finitud»[3].

Avancemos un paso más: ¿cuál es el fin de esta negatividad, diríamos en términos bien actuales, de esta deconstrucción, en el hombre de izquierda? Su término, paradójicamente, no es otro que la disolución de la misma negatividad. Señala del Noce: «Pero, ¿qué cosa niega el pensamiento negativo? Todo orden de valores, reducido a ideología; la continuidad con el pasado ya que, eliminada la idea de la transmisión de valores, ello toma la figura del muerto que ahoga y mata lo vivo. A esta altura, conducida al extremo, la negatividad misma se disuelve; se invierte en la aceptación de lo real empírico en su inmediatez, indebidamente asumido como ideal; de una realidad que se presenta en el puro aspecto de fuerza»[4]. En consecuencia, la función del hombre de izquierda, en lugar de accionar para producir el pasaje del reino de la necesidad al reino de la libertad (que era el fin de Marx), se pone al servicio del más fuerte. Y, ¿no es ésta, acaso, la característica de la derecha tecnocrática? ¡Obviamente! Lo que ha sucedido es que la derecha tecnocrática de hoy es el resultado de la crisis de la izquierda, la cual es muy profunda dado que su raíz –la de la crisis– es metafísica. De allí que, a nuestro juicio, y en este punto concordando totalmente con la tesis de Del Noce, la profundización de la crisis de la izquierda conduce a la cuestión del ser. ¿Qué posición asume la inteligencia humana frente al ser? Es ésta la pregunta que debe volver a plantearse la izquierda si es que quiere salir de la crisis que la envuelve desde el inicio mismo de su configuración.

Oscar del Barco

Permítasenos hacer una breve referencia a lo que hace poco tiempo sucedió en Argentina. El Profesor Oscar del Barco suscitó, a partir de una carta titulada «No matarás», una fuerte disputa en el seno de la izquierda argentina. No nos vamos a ocupar ahora de ahondar en ella; simplemente queremos señalar la comprobación –en el pasaje operado en Del Barco de la izquierda revolucionaria a la teología negativa–, de una tesis afirmada por Del Noce, hace ya cuarenta años. Afirma Del Noce: «Se tiene, en suma, en el ateísmo revolucionario, una suerte de transcripción sobre el plano horizontal de la teología negativa; el Ser permanece más allá de aquello que podemos decir de él; y sin embargo, no es Dios, sino, por el contrario, lo ilimitado y lo informe»[5]. Del Barco, ha llevado a cabo, precisamente, esta operación. Asume, decisivamente, la teología negativa. Haciendo propia la teología negativa, expresa Del Barco, en su contestación a Juan Ritvo: «La teología negativa no agota la negatividad sino que la abandona, no queda presa en la negatividad infinita sino que da un “salto” (como plantea Heidegger); hacia dónde o hacia qué es el salto, no es algo que quien salta lo sepa, porque no hay dónde ni qué…»[6]. Y al mismo Ritvo y a Jinkis y a Grüner, les dice: «… yo no creo en lo que ustedes llaman “Dios”… No creo, no sé cómo decírselo sin que me interpreten, en ningún Dios, en ningún fundamento, ya se trate de dios, del ser, de la voluntad, la verdad, la razón o el bien… Pero creo… en lo previo al creer, tal vez en lo que algunos filósofos llamaron i–limitado, otros lo sin–nombre, lo in–decible, lo “absoluto”, el más allá del ser, lo absolutamente–otro, el hay–se–da, o, a lo mejor, es posible, podría llamarse el lo o el después»[7].

De modo sumario podemos decir que existen dos posiciones completamente irreductibles, cuales son: la que sostiene el primado del ser, de la intuición intelectual, del orden eterno de las cosas, de la meta-historicidad de la Verdad, y la que, negando la intuición primera del ser, se aferra al primado del devenir y, con ello, a la historización de la verdad. Señala Strauss, refiriéndose a esta última posición: «… todo pensamiento humano es histórico e incapaz, por tanto, de comprender lo eterno. Mientras que para los clásicos filosofar significa abandonar la caverna, para nuestros contemporáneos toda forma de filosofía pertenece en esencia a un “mundo histórico”, “cultura”, “civilización” o Weltanschauung, es decir, a lo que Platón llamó en su día la caverna. Denominaremos esta visión “historicismo”»[8].

Ahora bien, desde una hegemonía total del historicismo se presenta la relación entre estos dos modos de concebir lo real como una relación de oposición entre conservadores o reaccionarios (la posición metafísica), por un lado, y progresistas o revolucionarios, por el otro. Los primeros son catalogados por los segundos, desde esa misma posición que concibe a la realidad como devenir constante, como partidarios de la parálisis, de la absoluta inmovilidad de las cosas. Esta afirmación resulta absolutamente falsa, por cuanto el hombre que adhiere a la existencia del Ser eterno, de la Verdad eterna: entiende que la Verdad eterna, no asimilable a la inteligencia humana, es descubierta, paulatinamente, a través de la historia, sin llegar jamás a agotar su inteligibilidad. Todos esos descubrimientos de la verdad del ser, sin identificarse con la Verdad total, permiten al hombre ir progresando en su conocimiento y en el conocimiento de su sentido y del sentido de todo lo que es. De allí el valor de la tradición: ella conserva transmitiendo todo ese patrimonio verdadero atesorado a través de los siglos: patrimonio que el hombre de cada tiempo histórico está obligado a enriquecer con el descubrimiento de nuevos aspectos de lo real. El hombre fundado en el ser, no se hace eco del falso problema que se plantea desde una filosofía historicista: o lo viejo o lo nuevo. Su gran problema consiste en distinguir siempre lo verdadero de lo falso, dado que el auténtico progreso es siempre, progreso en la verdad.

*

Notas

[1] Cfr. Giovanni Gentile, Sistemi di Logica come teoria del conoscere. Firenze, Le Lettere, 2003, vol. I, 3ª edizione riveduta, p. 21.

[2] Jacques Maritain, El campesino del Garona. Un viejo laico se interroga sobre el tiempo presente, Bilbao, Desclée de Brouwer, 1967, p. 51.

[3] Augusto Del Noce, «Per un’autocritica della destra e della sinistra». En Il vicolo cieco della sinistra, Milano, Rusconi, 1970, p. 83. Lo destacado es nuestro.

[4] Ibidem, p. 82.

[5] Cfr. ibidem, p. 82.

[6] Oscar del Barco, «Comentarios de Oscar del Barco a los artículos de Jorge Jinkis, Juan Bautista Ritvo y la carta de Eduardo Grüner, publicados en la revista Conjetural n° 42». En Sobre la responsabilidad: no matar. Ediciones del Ciclope, Universidad Nacional de Córdoba, 2008, p. 182.

[7] Observaciones de Oscar del Barco a los artículos de Jorge Jinkis, Juan Bautista Ritvo y Eduardo Grüner publicados en la revista Conjetural n° 43. Ibidem, p. 260.

[8] Leo Strauss, Derecho natural e historia, Barcelona, Círculo de Lectores, año 2000, p. 45.

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1 Respuesta »

  1. Estimado Dr. Lasa: Muy interesada y agradecida por sus escritos, que leo aquí por primera vez, quería conocer su camino a Del Noce. Estoy evaluando un posible doctorado sobre él y me interesa su difusión en la Argentina.

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