La escuela ha estado ligada intrínsecamente, desde su misma constitución, a la acción de educar. Decir escuela es decir educar, tanto intelectual como moralmente. Para ello siempre se consideró necesaria la disciplina. Disciplina que es la disposición total del discípulo, tanto exterior como interior, en orden a aprender la ciencia y la virtud. Sin embargo, la disciplina siempre ha tenido razón de medio en tanto es la condición para alcanzar el fin cual es el ser un hombre educado. No tendría sentido buscar la disciplina por la disciplina misma, sino que es fundamental la discusión acerca de aquello que ha de poseer un hombre para poder predicar de él que es educado.
Ahora bien, pareciera que esta indisoluble unidad entre escuela y educación ha sido abandonada, llegándose a sostener la existencia de una escuela en la cual no se educa. Sucede que la escuela se ha unido indisolublemente a otro verbo en lugar de educar: contener. El fin de la escuela no es ya educar sino contener a los niños y jóvenes que concurren a las mismas. Si esto es cierto, no podemos dejar de preguntarnos: ¿por qué ahora la escuela se propone contener y no educar? La pregunta se interroga acerca del fin del que obra, esto es, del fin que persiguen los gobiernos, las autoridades educativas en general, los profesores y los maestros. No es una pregunta dirigida al fin de la naturaleza de la escuela que, como podemos advertir, ha sido desnaturalizada adjudicándosele otro fin ajeno a su esencia, sino al fin que tienen aquellos que dirigen y gestionan las escuelas. ¿Por qué, entonces, contener y no educar? Hay diversos motivos, desde los más nobles hasta los más mezquinos. Por una parte, algunos dicen que es preciso contener ya que si intentaran educar, pocos quedarían en los claustros por cuanto sería preciso aplicar una férrea disciplina. Y si fuesen pocos los alumnos que quedaran se correría el riesgo de que la Institución desaparezca, y con ello, nuestro ingreso mensual. De este modo, el sueldo se convierte en el fin principal, y toda otra realidad se subordina a éste, incluido el mismo alumno al cual se lo priva de la educación debida. Otros no persiguen un fin tan mezquino, sino que intentan mantener a los alumnos dentro de la escuela a toda costa, sin disciplina y por lo tanto sin educación, ya que ¿qué harían tantos jóvenes vagando por las calles? En realidad no es mucho lo que saben hacer, y aún así no podrían conseguir trabajo porque no lo hay. Este fin, siendo noble, no deja, sin embargo, de desnaturalizar la esencia de la escuela. Algunos otros, preocupados y ocupados sólo de estadísticas pero no de lo que sucede dentro de cada hombre singular, ventilan encuestas que muestran el alto grado de permanencia escolar de los alumnos, tanto en la escuela pre–primaria y primaria como en la secundaria. En este caso, son las exigencias del poder (verdadero fin) las que desnaturalizan la esencia de la escuela. Aquí, el docente es sometido a una verdadera violencia que le impide el cumplimiento de su propio fin. Este docente no deja de preguntarse: «si me dedico a educar seriamente, ¿mantendré mi puesto? Mi situación –continuará reflexionando– es absolutamente endeble ya que es posible que algunos padres, en lugar de exigir que sus hijos sean educados, vengan a protestar contra mi tarea. Y si dicha protesta prospera, veré que la misma llega a los burócratas de la educación que, fieles a la lógica del poder, terminarán haciendo desaparecer a aquél que hace lo que debe». En definitiva, se termina exaltando el vicio y denigrando la virtud.
De estos fines que hemos mencionado, el único que éticamente puede justificarse es el segundo. Sin embargo, la realización de este fin desnaturaliza a la escuela. Imaginemos la aplicación de esta lógica a la Comisión de Energía Atómica la cual, debido a la falta de trabajo que existe en el país, se viera obligada a acoger en su seno a filósofos, panaderos, odontólogos y verduleros. En tal caso, ¿qué sucedería con las usinas atómicas de nuestro país? Con toda seguridad que las mismas estallarían, y con ellas innumerables ciudades del país. También desaparecerían aquellos que ubicaron a tales hombres en la Comisión, y el amado poder se les esfumaría de las manos. El caso de la escuela es distinto ya que sus efectos nefastos no se ven inmediatamente sino a largo plazo, aunque ellos sean más terribles que la explosión de las usinas nucleares. La analogía entre la Comisión de Energía Atómica y la escuela ha de entenderse como el vaciamiento de contenido de una Institución la cual es situada fuera de los fines que se siguen de su naturaleza. Es decir, su desnaturalización se opera cuando debe atender a exigencias que exceden sus fines propios, las cuales no son de su competencia directa.
A esta altura, conviene aclarar que no estamos proponiendo una dialéctica aut–aut (o esto, o aquello) entre los términos educar y contener, sino et–et (esto y aquello): atenerse a la naturaleza de la escuela y a su fin propio, contener para educar, contener educando. La dialéctica opositiva es la que anida hoy en no pocas mentes: es preciso contener aunque nunca lleguemos a educar (el fin, la razón de ser de la escuela, ha sido puesta en sordina, lo cual equivale a la desaparición de la misma escuela). En este caso, sucede aquello que tan claramente refiere Jacques Maritain en su escrito La educación en este momento crucial: «… a fuerza de insistir sobre el hecho de que para enseñar las matemáticas a John, importa más conocer a John que saber las matemáticas (cosa que en cierto sentido es verdad), acabará el maestro por conocer a John tan a fondo que John no acabará nunca de aprender las matemáticas… El error empieza cuando el objeto y la primacía del objeto que se va a enseñar son relegados al olvido, y cuando el culto de los medios –no por el fin, sino sin el fin– termina en una especie de adoración psicológica del sujeto».
Los clásicos romanos enseñaban, en la educación primaria, a leer, contar y escribir. Actualmente, estas operaciones, por lo pronto la primera y la tercera, no son poseídas por no pocos jóvenes que ingresan a la Universidad. De manera tal que a la misma Universidad se le presenta el mismo dilema: realizar la Academia o contener alumnos ofreciendo lecciones «light». Algunos, dominados ya no por la preocupación social sino por el engrosamiento de sus bolsillos, pugnan por llevar adelante esta segunda opción.
La situación no es para nada fácil. No hace mucho, el Dr. Jaim Etcheverry escribió una obra titulada La tragedia educativa. Consideramos que la verdadera tragedia es la de aquellos jóvenes que, queriendo educarse, queriendo formarse, queriendo pensar en serio, son desilusionados y estafados. Todas sus expectativas se ven defraudadas. ¿Qué justicia practican para con ellos la escuela y la Universidad? ¿No será que estamos viviendo un mundo al revés al cual, en vez de cambiarlo, lo estamos solidificando a través de un obrar demagógico o con imperdonables omisiones?
Estimado Profesor: Totalmente verdad, la escuela no debe contener, debe educar y ayudar a encontrar el verdadero sentido del ser tanto en los alumnos como en los docentes y padres.
Con conocimientos y buena predisposición se puede lograr mucho con nuestros niños y adultos. Solo hay que ponerse a trabajar de verdad y dejar las cosas superflas de lado.
Un abrazo.
Totalmente de acuerdo Dr Lasa. En algunas Facultades de Ciencias Humanas del País, en la carrera de Prof y Lic. en Ciencias de la Educación, en el Plan de estudios, hay asignaturas , donde se produce la “desnaturalización se opera cuando debe atender a exigencias que exceden sus fines propios, las cuales no son de su competencia directa.” Se pierde el fin de la carrera, y se convierte en una especie de Lic. en Trabajo Social, o Lic. en Sociología; o SOciedad Beneficiencia, etc. Se hace investigación tipo denuncia y trabajos Prácticos obligatorios en Comedores Comunitarios. Estos alumnos están siendo no sólo “estafados” sino usados con fines políticos.Ellos eligieron la carrera para ser PEDAGOGOS. Saludos. María Graciela Carletti.
Estimada Graciela: muchas gracias por sus reflexiones sobre la escuela container. Espero que algún día pase a ser escuela, simplemente. Es lo que todos deseamos vivamente. Y, para ello, la pedagogía tendrá que volver al redil de la filosofía. Un saludo muy cordial
Acuerdo totalmente con Ud Dr. Lasa. Lo desnaturalizado se ha instaurado y por lo visto comienza a ser “naturalizado”. La educación está carente de sentidos y significados, en cierta forma, el “capital cultural” no es un medio de inserción social. El “saber” no es condición de pertenencia, ni de trascendencia en el existir.
Los nuevos (o actuales) códigos y valores sociales privilegian y sobreestiman acciones que se alejan cada vez más del pensar. Nos volvemos “chatos”, superficiales, intrascendentes… Éstos han de ser los intereses de muchos que presiden las grandes instituciones, mitigando la inspiración por la creación y el pensamiento crítico y reflexivo. La pregunta es: ¿Por dónde o por quiénes comenzamos a revertir ésta situación? ¿Cuál es el timón de ésta embarcación?
¿Saben que creo que es lo peor? Que parece que nadie quiere darse cuenta de ello y que seguimos viviendo en el mundo de la simulaciòn. todos uds tienen razòn.