¿Comunicación en el mundo de las comunicaciones?

¿Comunicación en el mundo de las comunicaciones?

Pese a vivir en el mundo de las comunicaciones, y aún cuando las mismísimas Universidades han debido asumir dentro de sus nuevas tareas la creación de Carreras en Ciencias de la Comunicación, sin embargo, la cuestión acerca de qué sea la comunicación no es un tema que a menudo se plantea.

El vocablo «comunicación», que procede del término latino communicatio, denota la participación de dos o más personas en una misma cosa. En este sentido, podemos afirmar que comunicar es un acto por medio del cual «algo» se pone en común. De allí que en todo acto comunicante se hallen implicados tanto el sujeto que comunica, como el sujeto receptivo, el objeto comunicado, y también el medium o espacio de inteligibilidad. ¿A qué estamos haciendo referencia cuando hablamos de espacio de inteligibilidad? Aludimos a aquel ámbito que hace posible que algo sea entendido y, consecuentemente, que el objeto pase a ser algo común a dos o más sujetos. El medium de la comunicación, pues, es el espacio del comunicar, anterior a toda forma de comunicación. Ese medium se llama logos y sólo por medio de él se hace posible una comunicación plena entre las inteligencias.

El logos, lo universal, es producido por el pensar humano por medio de su capacidad abstractiva. En este sentido, de mi experiencia del amor individual y, por eso, incomunicable, mi mente abstrae aquél o aquellos elementos que constituyen no sólo mi amor particular sino todo amor pasado, actual o posible. Precisamente, gracias a este poder de mi mente de constituir lo universal, puedo, en este caso, comunicar a alguien qué es el amor puesto que, habiendo aprehendido sus notas esenciales, el otro puede individualizar las mismas en su experiencia amorosa que también, en cuanto individual, es incomunicable. De este modo, dos personas pasamos a poseer algo en «común»: no la experiencia que del amor hemos tenido cada uno sino las notas comunes a todo acto amoroso y que hacen que el amor sea amor. Por ello, el comunicar se halla estrechamente unido al saber; y si el medio por excelencia del acto de comunicar es la palabra, entonces habremos de concluir diciendo que la auténtica comunicación, en cuanto radicada en el saber, sólo acontece cuando la palabra se halla preñada de significado. De esta manera la comunicación adquiere una función paidética, formativa del hombre. Es decir, toda ella se ordena a hacer del hombre un ser que piensa con cabeza propia, condición ésta de la libertad.

Lamentablemente es difícil encontrar en lo que hoy se denomina «comunicación» la presencia del logos. ¿En qué términos, entonces, se concibe a la comunicación?

Insertada la comunicación dentro de la lógica de la dominación planetaria, la finalidad de la misma no es la de formar al hombre sino la de hacer de él un instrumento al servicio del poder. Para ello es menester impedirle adquirir una forma mentis, con la finalidad de que diga cosas sin pensar. En esta operación se está reemplazando a la idea (lo universal), aquello por lo que conozco qué es una cosa, por el slogan, por la fórmula vacua con la finalidad de soslayar el pensar que haga del hombre un ser erguido, un ser con la cabeza alta. La sofística, entonces, vuelve a aparecer en la historia, aunque esta vez de modo más sofisticado. Los sofistas fueron aquellos pseudofilósofos que omitieron la función de expresión o transmisión del lenguaje para quedarse sólo con la de persuasión. No interesa hablar de sino hablar a quién, es decir, el objeto del discurso importa menos que su acción sobre el interlocutor. Esto sucede cuando el lenguaje deja de ser el lugar de las relaciones significativas entre el pensamiento y el ser: el lenguaje deja de ser comunicativo para pasar a ser instrumento de relaciones existenciales, cuales son las de dominio, amenaza, sugestión, persuasión, etc., entre los hombres.

Una concepción de la comunicación que no se ordene a desarrollar el juicio crítico de los hombres se situará en las antípodas de la auténtica cultura. La filósofa italiana Maria Adelaide Raschini expresaba: «La cultura no obstaculiza la civilización, antes bien garantiza las cualidades de la misma, puesto que la civilización se puede constituir en una sola dimensión; (en este caso) puede matar la cultura… que es formación y acrecentamiento pluridimensional (moral, social y político): expresión de la profundidad jamás dominable de la naturaleza humana…» (Lettera all’Europa, Venecia, Marsilio, 1999, p. 58).

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